viernes, 4 de enero de 2008

MI PROBLEMA CON LAS HORMIGAS


No sé desde cuándo ni por qué pero me asustan las hormigas. Me imagino que mientras duermo profundamente, mientras sueño, este grupo de animalitos diminutos hacen de las suyas, con patitas de gallo se impulsan para subir, ellas pretenden, lo sé, escalar mi cuerpo, y comienzan por conquistar la primera cima, mi pie, el mero pulgar.

Luego no conformes con ganar esa nimia batalla, a paso de hormiga continúan con su trayecto hasta llegar a mis rodillas, en fila india van subiendo primero dos, luego tres, cuatro, diez, veinte y siguen viniendo más. Las hormigas alpinistas trepan ahora por mi short, tambalean, la suave respiración las marea un poco, para ellas es como el vaivén de un barco en altamar (no hay gravol para hormigas) siguen a paso ligero, ligerísimo, enrumban ahora hacia mi panza, la jefa mueve sus antenitas y decide llevar a la tropa color chocolate hacia el norte.

Pero de pronto deciden desviarse por mi brazo derecho, unos montículos un poco altos, bastante raros para ellas, ubicados en el centro de ese paisaje cutáneo y agreste, les impiden mirar más allá, mejor optar por lo seguro: los brazos. Uno, dos, repiten al unísono, tres, cuatro. Llegan a mi cuello, otra vez patitas de gallo para conquistar mi mentón, se acercan sigilosamente a mi boca, siento un cosquilleo, abro los ojos, parpadeo, ellas mueven confundidas esos cientos de antenitas, quizá tratando de decodificar que tipo de fieros bichos pueden ser mis ojos, repletos por todo lados de patitas, que son mis pestañas. Las sacudo de mi cuerpo desesperada, ignoro todo lo que han sufrido para llegar hasta el final, un escalofrío recorre de golpe mi espalda, las siento por todos lados, en cada rincón.

Todo esto imagino cada vez que me topo con uno de esos bichitos caminando por el suelo. Al margen de soñar despierta al verlas, está también el recuerdo que tengo de algo que nunca sucedió, pero que siento tan real que solo ese episodio ficticio instalado en mi memoria, y que estoy a punto de narrarles, ha sido capaz de desarrollar en mi una tremenda fobia a las hormigas. Tengo 7 años, me alisto para ir al colegio, por alguna razón tengo la pierna izquierda bañada en azúcar y cientos, miles de hormigas panzonas y hambrientas trepan desesperadas para comer toda esa miel y terminan mordisqueándome las rodillas, si me concentró puedo incluso sentir el dolor que me produjo cada masticada de hormiga, en sus mandíbulas no solo llevaban pequeños granitos de azúcar sino también pequeñísimas, ínfimas partículas de mi piel. Suculento banquete el de esos golosos bichitos.

Al margen de mi imaginación y de los recuerdos inexistentes, como si no fueran suficientes, ahora tengo que lidiar con el cariño que siente mi hermana X. por esos bichejos tragones. Si me topo con una de mis diminutas enemigas en la cocina y tomo un trapo para matarla, mi hermana X. me pide que la deje vivir.

La última vez me salió con que esa hormiguita a la que yo, por supuesto, pretendía aniquilar siempre merodea la cocina.

-Siempre anda sola, no molesta a nadie, como perdida – le faltó decir desvalida - es como parte de la casa. No la mates, me dijo.

Mire entonces con cierto odio a mi adversaria y cedí al pedido de X.

Ahora limpio la mesa de la cocina, cuidando de no aplastar a la diminuta amiga de X.

Solo espero que ahora no corra la voz a sus compañeras y que pronto una colonia de hormiguitas alpinistas decidan mudarse a mi casa, al escuchar emocionadas de boca de mi privilegiada huésped esta increíble historia sobre un rincón en Miraflores que se ha convertido en una zona liberada para las marroncitas escaladoras.

Bueno, vuelvo a la cama y trataré de no soñar esta noche, con una inmensa botella de potente Raid.

*De paso les dejo el “Rap de las hormigas” de Charly García para que sepan que no soy la única que no se banca las hormigas y que sueña con un poco de Raid.

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